Muchas personas hablan del amor, y eso no es otra cosa que la añoranza por el amor, la añoranza de sentirse acogidas. ¿De dónde viene la añoranza por el amor, por el acogimiento? A fin de cuentas, del fondo primario de nuestra alma, pues en el fondo primario de nuestra alma somos seres del amor. En el fondo primario de nuestra alma está el gran amor de Dios, el amor que llama incansablemente en nuestra alma y en el portal que conduce a la consciencia del ser humano.
Esta llamada de nuestro Ser más interno, la llamada de Dios al portal de nuestra consciencia, la definimos como añoranza de amor, añoranza de recogimiento. Si no los recibimos, calificamos a nuestro prójimo de despiadado y en ciertos casos tal vez lo menospreciamos porque no nos da lo que anhelamos. Si recibimos un soplo de amor puramente humano de nuestro prójimo, nos sentimos brevemente felices. Pero si la brisa de ese amor humano desaparece, seguimos sintiendo añoranza por el amor. Con esto nos hemos ensombrecido cada vez más, porque constantemente esperamos que alguien nos dé el amor que añoramos y que por último está en lo más profundo de nuestra alma. En ese caso empezamos a actuar contra nuestro prójimo. Lo menospreciamos, esperamos de él lo que al fin de cuentas él tampoco nos puede dar, porque él también se ha ensombrecido como nosotros mismos. Pues también él busca el amor. Ambos buscan amor. Todos buscan amor y ningún ser humano nos puede dar amor, ¿por qué? Porque cada uno busca.